El actual gobierno municipal no tiene un proyecto de ciudad. La solución de Convergència i Unió y del alcalde Xavier Trias a los problemas de Barcelona es el mercado. Apuestan por un crecimiento económico a base de ferias y turismo, con la esperanza de que los problemas se solucionen solos y se palien las distancias sociales que separan unos barrios de otros. Mientras, en Barcelona ya no hay arquitectos que construyan teatros como el Liceu o que proyecten edificios como el Palau de la Música. No hay porque se han tenido que ir. Tampoco hay fábricas, olvidadas de las rutas modernistas en un intento de ocultar el pasado obrero de la ciudad, porque no hay industria. Y los barrios tradicionalmente con más vida, los de Ciutat Vella, viven sometidos a procesos de gentrificación [palabra inglesa que designa una forma particular de aburguesamiento de los barrios populares] con viviendas convertidas en segundas residencias o tiendas de lujo. Como toda ciudad, Barcelona es una ciudad con pasado conseguido gracias al esfuerzo y talento de sus habitantes. Probablemente pese a sus gobernantes. Un pasado que hoy se valora en tanto que se comercializa y al que poco se añadirá porque nada de lo que ahora se está haciendo (hoteles y centros comerciales) formará parte del patrimonio de la ciudad. De aquí a cien años, los turistas seguirán sacando fotos a la Sagrada Família y no al centro comercial Las Arenas. Contra todo esto, la reactivación actual de las luchas en los barrios, ya sea por mantener servicios o por recuperar espacios y construir otros nuevos, representa el único freno a la deriva neoliberal del alcalde Trias.
Escribía Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa: «Desde la cumbre del Monte Carmelo y al amanecer hay a veces una ocasión de ver surgir una ciudad desconocida bajo la niebla, distante, casi soñada». Esa ciudad casi soñada por Marsé era Barcelona y en el Carmelo, barrio donde jugaba de pequeño, existe desde hace unos años una biblioteca municipal con el nombre del escritor. El libro de Marsé tiene casi 50 años. Hoy sobre Barcelona sigue habiendo niebla, ya no de agua, sino tóxica, el famoso smog fotoquímico típico de ciudades muy soleadas y con un gran parque de vehículos. Los datos del 2013 del ayuntamiento indican que Barcelona tiene más de 910.000 vehículos, de los cuales más del 60% son turismos. No está mal para una ciudad con algo más de millón y medio de habitantes, incluidos niños y personas que no pueden conducir. En esta hegemonía del coche, el Reial Automòbil Club de Catalunya (RACC), que participa en todo el negocio del automóvil (seguros, red de asistencia, agencia de viajes, etcétera), tiene un peso importante y se opone a cualquier política que altere el predominio del vehículo privado. Barcelona tiene otro plus en cuanto a contaminación se refiere. Cada año llegan a la ciudad millones de turistas en cruceros, auténticas ciudades flotantes que una vez atracadas en el puerto siguen funcionando y quemando fuel de mala calidad. Generan una contaminación asumida sobre todo por los barrios próximos al puerto, como el Gótico, La Ribera y la Barceloneta. Los mismos barrios donde los vecinos sufren la gentifricación que decía al principio.
Cada año llegan a Barcelona millones de turistas en cruceros, auténticas ciudades flotantes que, atracadas en el puerto, siguen funcionando y quemando fuel de mala calidad. Generan una contaminación asumida sobre todo por los barrios más próximos: el Gótico, La Ribera y la Barceloneta. Los mismos barrios donde los vecinos sufren una masiva ‘gentifricación’.
El smog puede verse desde lo alto de las dos montañas que limitan Barcelona, Montjuïc, junto al mar, y el Tibidabo en plena sierra de Collserola, especialmente en los meses de verano, cuando el nivel de contaminación es mayor. La contaminación parece una consecuencia inevitable de un progreso atado a un modelo de ciudad nada sostenible que pone en duda la etiqueta de Smart City que el ayuntamiento intenta promover. Xavier Trias afirma que la tecnología permitirá llevar la máxima calidad urbana a todos los barrios de la ciudad y mejorar la calidad de vida de las personas. Estas palabras las decía el alcalde poco después de que le explotara el caso “Ciutat Morta”. Un caso que heredaban del exalcalde Joan Clos y el famoso informe que afirmó tener y que luego desapareció, donde se admitía que una maceta (y no una piedra lanzada desde la calle) hirió al policía que quedó tetrapléjico. El documental sirvió para sacar a la luz uno de los problemas de fondo de la ciudad, la práctica de torturas por un cuerpo de policía con una imagen tan próxima a los ciudadanos como es la Guàrdia Urbana.
Por unos días, la imagen cercana del “urbano” dirigiendo el tráfico cuando fallan los semáforos del Paral·lel o hablando distraído con los vecinos mientras los niños compran cromos en el mercado de Sant Antoni quedó eclipsada por el recuerdo de Patricia Heras y las imágenes de Rodrigo Lanza con la cara hinchada y el brazo roto. Después, poco a poco, la cosa volvió a la normalidad, desapareciendo de la portada de periódicos y televisiones. Todavía no han llegado a la mayoría de ciudadanos los informes de la Coordinadora para la Prevención de la Tortura donde se alerta del aumento de las denuncias dirigidas contra la Guàrdia Urbana, especialmente por su actuación en la persecución de la venta ambulante y los “abusos policiales” cometidos en ambientes festivos durante la noche barcelonesa. Lo que llega es el alcalde Trias declarándose fan incondicional de este cuerpo policial creado en 1843 de la mano de los Estados liberales modernos, que no adquirió su nombre definitivo hasta 1941 en pleno franquismo. En cuanto al caso 4F (el caso “Ciutat Morta”, que se produjo el 4 de febrero del 2006), el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya consideró que el juicio cumplió todas las garantías y la Fiscalía de Barcelona descartó reabrirlo. Amén. Todo fue correcto, el aparato judicial funciona y la policía no tortura, con excepciones que confirman la regla como la de los agentes Bakari Samyang y Víctor Bayona, inhabilitados por torturadores e implicados en el 4F.
A inicios del siglo XX Barcelona estaba entre las ciudades con más prostitutas del mundo. El Raval fue y es uno de los lugares donde la prostitución está documentada desde hace más siglos. Los higienistas del momento crearon un hospital especial para atenderlas y sus informes recogían la preocupación por las causas y consecuencias de la prostitución. Más de cien años después, la prostitución sigue en el barrio y ya no existen higienistas, sino urbanos que multan y acosan a las prostitutas.
Repasando la historia de la Guàrdia Urbana vemos que la primera promoción de mujeres no existió hasta 1979, lo cual tiene su lógica dentro de un régimen franquista que relegaba la mujer al papel de esposa y madre. Sorprende más que las mujeres no tuvieran acceso a puestos oficiales hasta 1987. Los procesos de transición democrática son lentos en según qué instituciones. El año 1995 es otro momento clave en el devenir del cuerpo policial. Se inicia una nueva etapa con lo que se denomina Policía comunitaria, basada en que la idea de que la relación entre ciudadanos y agentes se fundamenta en el principio de proximidad y mutua corresponsabilidad. Sin embargo, actuaciones poco justificables se han vivido desde entonces, sobre todo desde la entrada en vigor de la Ordenanza de Civismo en el 2006. Uno de los objetivos de la ordenanza era acabar con uno de los problemas históricos de Barcelona, la prostitución de las calles. Ciudad portuaria, Barcelona a inicios del siglo XX estaba entre las ciudades con más prostitutas del mundo, algo más de 12.000, comparable a ciudades de características similares como Marsella o Shangai. El Raval fue y es uno de los lugares donde la prostitución está documentada desde hace más siglos.
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